
La tormenta golpeaba las ventanas de la pequeña habitación furiosa. Libia husmeó por los cristales y se encontró un cuarto poco iluminado con la tenia luz de algunas velas sobre una mesa en la que habían cartas y piedras pulidas. Con las manos temblorosas se debatía entre el miedo y la desesperación. Había escuchado hablar de La dama de blanco, una vidente famosa por sus predicciones infalibles, aunque también decían que sus fuerzas iban más allá de lo humano y que su don era en realidad una maldición.
Dudó durante un momento, pero no tenía otra opción, la sombra que la persigue desde hace meses la estaba enloqueciendo. Sentía su presencia en cada esquina, necesitaba quitarse este peso invisible sobre sus hombros. Levantó la mano, tocó dudosamente la puerta pero solo le respondió un silencio absoluto. Pensó irse, pero antes de decidirse la vidente abrió la puerta.
Era una mujer alta, bien vestida, de ojos verde esmeralda y sorprendentemente hermosa. No se parecía en nada al estereotipo de bruja que esperaba.
— Adelante, te estaba esperando.
Libia intentó hablar pero se le atragantaron las palabras y como la vidente hizo un además indicándole pasar, ella solo obedeció. El olor a incienso la envolvió y una gotera danzaba de fondo con un ritmo casi musical.
— Te siguen, ¿verdad?— preguntó la vidente mientras tomaba asiento en la mesa.
— No sé qué es… pero está ahí. Lo siento todo el tiempo.
La vidente cerro sus hermosos ojos y murmuró unas palabras en un idioma desconocido, tomó las cartas y comenzó a barajarlas lentamente. Cuando sacó la primera, su rostro se endureció:
— La sombra no es un espíritu cualquiera, es un reflejo de ti misma, de algo que intentas esconder. — Libia negó con la cabeza.
— Hay una manera de enfrentarlo — dijo — pero será peligroso.
La Dama de blanco se levantó, agarró un polvo gris y comenzó a hacer un circulo en el suelo mientras recitaba un cántico.
— Ponte en el centro. Dijo poseída.
A penas se colocó en el lugar las luces de las velas se apagaron y el cuarto quedó a oscuras, solo se iluminaba por los truenos reflejados en los cristales de las ventanas. Al instante sintió la presencia, estaba allí, más cerca que nunca. Algo desconocido y corpóreo se estaba formando en un rincón de la habitación. Libia quería gritar pero no podía.
— ¡Mírala a los ojos! — Ordenó la vidente. Libia apenas tenía coraje para levantar la mirada.
Lo que vio la dejó sin aliento, la sombra tenía su propio rostro, torcido en una mueca de odio y dolor.
Entonces lo entendió: era todo su culpa, sus secretos, su resentimiento, todo lo que había enterrado en lo más profundo de su ser había cobrado forma.
— Solo tú puedes detenerlo — dijo la dama de blanco.
— Te veo… te acepto — balbuceó Libia con lágrimas en los ojos.
El ente vaciló, empezó a retorcerse, parecía como si luchara por mantenerse sólido. Luego, con un último aullido desapareció, dejando detrás un silencio ensordecedor.
La vidente comienza a encender las velas con mucha calma y Libia sigue arrodillada en el centro del círculo, extenuada pero en paz.
— Has enfrentado lo más diicil: a ti misma. Ahora vete y no vuelvas a ocultar quién eres.
Libia salió bajó la suave lluvia, a pesar del frío sentía un calor en su interior, dejaba atrás la sombra y por primera vez respiraba libre. Se sentía segura y decidida a luchar por defender quién es en realidad, aunque su familia o la sociedad nunca la entiendan, ni la apoyen.
Añadir comentario
Comentarios